domingo, 15 de noviembre de 2009

Granate, color de mi alma

No había hambre. Los fideos en el plato se contaban con los dedos, no sólo en el mío, sino en los de toda la familia. En los de mis tíos de Mar del Plata, de mis viejos, de mi abuelo y, seguramente, en los de toda la ciudad. Ese 2 de diciembre de 2007 no era un día más, era el día, el cielo o el infierno.
El sueño si iba fabricando. Todo era alegría, ansiedad, miedo, suspensos. Sabíamos que el camino era largo, como las tantas caravanas de autos, motos y camiones que movilizaron a la ciudad cada fin de semana para apoyar al equipo, y que inmortalizaron para siempre ese momento.
Pasaron los vecinos vírgenes, velezanos, los de Sarandí, sanjuaninos, los de Victoria y rosarinos. "Este año se nos dá", nos decía el presidente Marón a los hinchas que habíamos parado en una estación de servicio después de la goleada a Central. Esas palabras, como si las dijera un dios, me invadieron el cuerpo de emoción.
Nunca estuve tan apretado en una tribuna como ese día en el estadio Canalla, aunque la felicidad lo tapaba todo, hasta los calambres que me agarraban en los gemelos por estar en puntitas de pie las dos horas de partido. Lo que soñó cada uno de los que estaban ahí, y en las casas mirando por televisión, estaba a solo tres pasitos.
No sé cuanta plata habrá gastado mi tío en esos últimos partidos, más de cinco lucas seguro. La camioneta consumía una barbaridad de nafta, pero nada le importaba, parecía que los nervios no lo dejaban pensar, como me decía él, aunque en realidad, como dice la propaganda, ver a tu equipo dar una vuelta olímpica no tiene precio.
Y llegaron los Bichitos de La Paternal a casa. Duro, trabado, sin goles, pero con el sueño intacto. Esa noche, con mis amigos, estuvimos muy cerca de matar a un viejo que se había calentado por que alentábamos al equipo. !Una locura!, pero fue así, y yo tampoco le encuentro explicación.
Estábamos a 180 minutos de la gloria. Los primeros 90 fueron la mejor exhibición de baile que ví en mi vida, los lobos de La Plata ní la tocaron. Cuarteto y a otra cosa. "Tigre ganó, tenemos que esperar hasta el otro domingo", se murmuraba en la popular. Y sí, el sueño se hacía esperar. Podría haber sido ese día, como desearon las 40 mil almas que coparon esa tarde noche La Fortaleza, pero nos esperaba la Bombonera, nada más y nada menos.
Ese 2 de diciembre amaneció con un sol radiante. Entre el calor y la cabeza que me daba vueltas no pude pegar un ojo en toda la noche. Unos pocos fideos bastaron para saciar el hambre, por que los nervios se habían adueñado de mi estómago. Gracias a un empleado de Boca pudimos ir a la cancha, éramos como 30, toda la familia, !hasta mi vieja!. Cuantos nervios y ansiedad había sobre el cemento caliente.
!Que grande el Pepe!, me sacó la primera lágrima de la tarde después de ese cabezazo esquinado. Los abrazos eran interminables, nadie lo creía, pero sólo bastaba ver a los jugadores y al gran Ramón en el banco para saber que eso no era un sueño, era todo realidad.
Palermo empató. Sin embargo, la información que llegaba desde otra cancha nos llenaba el pecho. Los de Victoria perdían, y a nosotros con un empate nos alcanzaba para la hazaña.
El guante de oro de Chiquito le entregó la pelota al árbitro, y los corazones estallaron. Cuántas cosas se me cruzaron por la cabeza no lo sé, sólo sabía que mi equipo era el mejor de la Argentina por primera vez en sus 90 y tantos años de historia. ¿Cuántos valdes habrían llenado las lágrimas de esas 6 mil personas que aguantaron toda la tarde a rayos del sol?, Dios sabrá, pero una cosa es cierta, uno lo llenaba yo solito. Mi sangre, color de mi alma, herbía de felicidad. El sueño se hacía realidad e inmortal. Mi Lanús era campeón, no importaba nada más.



Alan Axi

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